lunes, 24 de noviembre de 2014

Porqué México Está Destinado al Fracaso

México es un país culturalmente diverso y complejo. Un país donde el arte y la historia se unen y le atribuyen unos rasgos verdaderamente atractivos para cualquier extranjero que busque una experiencia turística única y que deseé recordar para el resto de su vida. Las playas mexicanas se encuentran entre las más valoradas de todo el mundo por su belleza.

También es un país con gran cantidad de recursos naturales que se plasman en el tan mencionado “cuerno de la abundancia” al que los libros de geografía le suelen llamar. Con una capacidad que se encuentra dentro de sus fronteras para catapultarlo a los niveles del tan anhelado “primer mundo”.

Es también una nación rica en sus propias costumbres y tradiciones, famosa y reconocida entre el resto de pueblos de la tierra. Exitosa en los logros de sus deportistas o sus artistas, haciendo del “Chicharito” o del “Chavo del Ocho” personajes ya en la esfera internacional.

Otro indicio que resalta lo anteriormente dicho es su gastronomía, con el honor de estar entre las cuatro cocinas consideradas patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO.

Sin embargo, es también un país con una problemática social y política grave. Donde, al inicio de este siglo, la inestabilidad y la inseguridad, sumado a la impotencia de sus gobernantes por mantener el control, le han merecido incontables rasgos para hablar de él como un Estado fallido donde no existe imperio de la Ley alguno y la pobreza acompañada de la violencia parece ser el único futuro posible para sus ciudadanos.

Un mundo oscuro donde el miedo reina tanto en ricos como en pobres y donde la esperanza de un día cualquiera es la de no ser secuestrado. Pero ¿a qué se debe verdaderamente este presente heredado por los mexicanos y su más que probable futuro? ¿Por qué está, en todo caso, México destinado al fracaso?

Dentro de la idiosincrasia del propio mexicano hay una tradición muy arraigada y tiene que ver con los gobernantes. La clase política, la corrupta y manipuladora clase política que se dedica a mantener sus cotos de poder, sin importar el partido al que pertenezcan, ni si sean de izquierda o de derecha. Y en esto dicho es como se expresa dicha tradición: la culpa es de los políticos.

Pero la respuesta a la anterior pregunta curiosamente no es esa. La respuesta es sencilla e incómoda hasta para quien la reconoce, ya que la culpa es del propio mexicano. Del ciudadano de a pie. Del sencillo e “inocente”. El mismo que con tanto ahínco deja en evidencia a sus mismos gobernantes.

Esto mismo tiene sus pruebas. Ocultas relativamente, pues se han convertido en una realidad acostumbrada para uno mismo, que no llega a ver los alarmantes defectos que posé la sociedad mexicana en general.

En primer lugar, el mexicano es excelente para criticar. En todas direcciones y en todo ámbito socio-cultural alza el dedo para señalar y despojar de valor moral. Es una máquina perfecta. Basta sencillamente con escuchar los rumores de la calle y se dará cuenta uno de que todo está mal: la seguridad, las más recientes obras públicas, las lagunas jurídicas, los mensajes del presidente de la nación, las familias enteras mendigando bajo los semáforos.

Prácticamente nada está bien. Todo está mal planeado, se ha hecho mal, se está haciendo mal o, curiosamente, aunque todavía no está hecho, se hará mal. Y la sabiduría de este pensamiento brilla por lo acertado que es. Todo bajo el contexto de la teoría de la conspiración política, donde el foco de la más elemental de las maldades se encuentra entre quienes llevan las riendas de la administración.

Sin embargo es el mismo ciudadano quien cotidianamente se desenvuelve en todo lo criticado y quien más contacto entabla con ese medio, con la vida diaria mexicana. Porque al investigar profundamente el suceso, se encuentra dentro de la madriguera a una sociedad de infractores, tan acostumbrada a no respetar las normas que se ve como algo perfectamente normal hacerlo.

Una sociedad indignada por los altos casos de corrupción a nivel político, pero cuyos integrantes prefieren dar una mordida para evitar una sanción de tráfico o librarse del más mínimo trámite administrativo -siendo el caso de la licencia de conducir, donde sorprendentemente los propios profesores de las auto-escuelas ofrecen a los alumnos optar por la vía ilegal-.

O ni siquiera tratándose del cohecho, sino del menosprecio a las más básicas de las normas cívicas, eliminando la consideración hacia el prójimo, estacionando el coche a medio camellón, con música a todo volumen durante las más delicadas horas de la noche e impidiendo el sueño de quienes deben levantarse la mañana siguiente para trabajar.

El mexicano es falso, porque, a pesar de todo lo dicho, cuando sale de su país se rodea de un aire de exclusividad, de superioridad para con sus paisanos y quiere hacerse parecer más civilizado de lo que es en su propia tierra, dando una importancia casi religiosa a las reglas cuando está en Europa, en Canadá o Nueva Zelanda.

Inclusive y aún más alarmante por los tiempos que corren, es el ansia del mexicano por seguridad. Por sentirse seguro, vivir seguro y dejar de temer al crimen organizado, protagonista de los más atroces delitos y definitivamente el problema que más preocupa al país. Pero de nuevo, el ciudadano no se queda corto.

Exige seguridad, lo manifiesta y se menciona en contra del narco, pero al mismo tiempo le compra su producto, financiando el armamento con el que mata y lo enaltece escuchando alegremente sus hazañas, los narcocorridos. Porque el fenómeno de la narco cultura en el país no es un invento extranjero, sino algo puramente mexicano.

Y así se podría seguir denunciando incontables casos donde el que se dice intelectual y habla de conciencia social se contradice con sus acciones. Porque resulta mucho más cómodo pensar en ser salvados por algún ejemplar dirigente que reconocer el grado de participación que tiene cada quien en lo que estamos viviendo.


Incluso si tuviésemos al más puro y limpio de los presidentes, con una verdadera visión patriótica y de servicio a sus gobernados, es por esto que nosotros como mexicanos nos dirigimos directos al abismo maldito que por nuestra falta de conciencia construimos todos.


domingo, 5 de octubre de 2014

Memoria

Me hundo en la inmensidad del pensamiento. Adentrándome cada vez más en mi interior, buscando en los recovecos de memorias angustiadas porque no les permito ver la luz desde hace mucho. Una sensación como cuando abres una puerta y entras a una habitación donde hay otra, y la abres. Entras a otro cuarto más gastado por el tiempo, con amueblado más viejo que el anterior y otra puerta más.

Todo te resulta familiar porque al final se trata de un sitio en el que ya habías estado. Abres la puerta y la cruzas si decides continuar. Penetras en otra habitación, más vieja y más oscura que la anterior. Huele a soledad y a ti mismo cuando eras antes.

Continúas y empiezas a tomar conciencia de que lo que sigue te puede no agradar. Es el costo del viaje hacía uno mismo, a través del subconsciente y tu propio historial. Es similar a una inmersión a las profundidades del océano.

Hay quienes se dedican a ello y como los buceadores de la armada es requerido un entrenamiento especial. A más profundidad, más presión, más peligros. Con la mente funciona exactamente igual. Es un juego de abrir puertas, avanzar por angostos pasillos y cuartos donde hay colgadas fotos de ti. Imágenes que ni el más experimentado paparazzi o fotógrafo habría podido tomar jamás, porque van cargadas con su respectiva dosis de sentimiento.

Al mirarlas se revive el momento. A veces se puede sonreír, extrañar con tristeza o -muy recurrentemente a algunos nos pasa- soltar una carcajada a las tres de la mañana. Pero hay otros cuadros que es preferible evitar. Evadirlos o saber tratar con ellos escabulléndonos por laberintos como hizo Hércules con su minotauro. Son nocivos, peligrosos de volver a vivir.

Así que sigues tocando perillas y girándolas, asombrándote del cambio de las cosas por el tiempo y de esa visión donde tu propia vida se te escapa de la mano como un puñado de arena que aprietas y aún así consigue caer.


Añoras otras épocas que no supiste valorar por tu falta de visión, aunque, sabes perfectamente que el hacerlo ahora satisface más de lo que en su momento habría sido. Porque tus recuerdos son lo que te llevas a todas partes y a donde puedes acudir si te preguntas quién demonios eres.  




lunes, 1 de septiembre de 2014

Y Dios Hizo al Perro

Hoy me dieron la noticia. Murió un amigo, mío no. El amigo de una amiga. Peludo, cuatro patas. Nunca lo conocí ni jugué con él, pero yo tengo al mío y sé del amor que uno les guarda.

Lo sé porque cuando llego a casa siempre te reciben bien. Nadie da saltos de alegría tras una ausencia de cinco minutos al Oxxo. Después te sientas, más bien te dejas caer agotado en los sillones y las brigadas de polvo se elevan por el aterrizaje.

Entonces ya conoces la rutina: al poco tiempo sientes su nariz húmeda. Es más fácil cuando dejas colgando de fuera el brazo y ellos van a por ti, impulsados por lo que son.

No es como el frío del metal, es una sensación fría, húmeda, pero a la vez de calidez.  Porque viene a recordarte que mientras esté no hay soledad.

Sin palabras, claro, no las necesita. Él es todo expresión. Sus silencios contienen sus mensajes. Una lengüetada a media noche como en vigía que acusa ninguna novedad. Mueve el rabo cuando te ve y cuando te escucha. Incesante meneo, lado a lado, imparable. Hasta en sus últimas horas.

Sus ojos, penetrantes, te siguen a todas partes. Desbordan sinceridad, pureza. Aún en la noche te buscan. Su mirada es directa, te acoge siempre que la encuentras.

Es comprensible su dinámica. Como un negocio perfecto. Se ofrecen a ti en todo lo que son. Su conjunto de cuerpo y vida por unas cuantas caricias. Su contrato lo firman con la huella de su paso por tu vida. Y nunca lo rompen.

Y así transcurren los días a su lado. Bajo la mesa, bajo tus piernas. Pensamos erróneamente que bajo cuidado los tenemos. Un sobresalto por la noche, saliendo de paseo y pagando sus vacunas. Nosotros intentando llegar a  fin de mes y comprando su comida. Y muchas cacas para recoger.


Pero es todo lo contrario. Lo que a veces no encontramos en nuestra especie, ellos lo aportan gustosos. Se trata de su esencia, nada menos que lo que son. El suyo es el amor probado, real, incondicional, libre de orgullo. Uno que dura sus cortas vidas. 


viernes, 22 de agosto de 2014

Segundas Oportunidades

Todos cometemos errores. Existimos como seres humanos y la perfección no va con nosotros. Nunca he llegado a conocer a nadie que no haya metido la pata una vez. Yo me incluyo y me sirvo de ejemplo para cortar esa severidad que solía oscurecerme el corazón. En esta vida hay que tropezar y caer, la superación carecería de sentido sin los obstáculos.

Nunca he avanzado más que dando un paso a la vez, haciendo de mi mejor guía el aprendizaje. Es lo que me enseñaron. Que aún en la gravedad de nuestro error, por derecho natural (y deber también) se nos otorga volver al sendero por donde hasta ese momento marchábamos en armonía con nuestra persona y el entorno.

Sin importar la gravedad de nuestra acción o la impureza de nuestra omisión, de nada valdría continuar existiendo sin la opción de enderezar el camino. El reconocimiento y arrepentimiento, si incurrimos en el mal y, de alguna forma, la reparación del daño causado. También el perdón y aprendizaje, porque al fin y al cabo, el blanco más limpio también puede ensuciarse. Solamente el que carece de voluntad está libre de error.

A todos nos han extendido la mano para tomarla y empezar de nuevo. Dependerá de cada quien el siguiente movimiento. Como suele decirse en el ajedrez “pieza tocada, pieza jugada”.

Para todo esto es necesaria la paciencia y la humildad, primero en un plano personal, ya que solo a través de nuestro obrar podremos comenzar cualquier clase de cambio.


Extiende tu mano a tu prójimo así como en alguna ocasión también lo hicieron contigo.



lunes, 18 de agosto de 2014

Lo que Significa Escribir

Ya hace mucho tiempo que no me dedico a escribir nada. Me decidí a romper esos silencios en la noche con el sonido de mis intermitentes tecleos. Haciéndolo, me percato de muchas cosas que hasta ahora ignoraba.

Al igual que con las plantas, que se me mueren porque olvido regarlas, el descuidarme en la escritura me ha traído lo suyo. Quizá no tan grave como mi asunto de asesino por omisión de vegetales. Simplemente lo noto con la voz interior que da el chivatazo cuando algo no va bien.

 Y es que percibo mi impulso por escribir. Algo que se expresa fácil en las letras pero  tiene que vivirse. Me empiezan a surgir ideas, buenas ideas, acá arriba en el coco y, no lo sé, solo empieza uno a fantasear, imaginar más allá. Esto es querer materializarlo en papel –o al menos en el ordenador-.

Ahora me arrepiento porque mucho lo he perdido. En vez de anotarlo en la libreta de pensamientos (idea que tomé de la serie de televisión infantil Pistas de Blue) me dedicaba a seguir con lo monótono de la rutina. Y cuando no vacías el tanque este se desborda.

Esto para mi es expresar los sentimientos, ideas y opiniones que te guardas en una conversación en un café o que crees todo el mundo pasará de ellas en una comunicación verbal. Si en vez de escribir me dedicara a relatarlo me convertiría en uno de esos predicadores medio raros que hay en Sol. Paso de esas cosas, no es mi estilo.

Ahora que continúo acomodando letras veo que había olvidado lo adictivo que es esto. Quizá por eso lo he dejado tanto tiempo, al no poder compaginarlo con los estudios. Me veo tentado a pasar la noche entera escribiendo. Lo he hecho antes y es maravilloso.

Puedo sentir como suelto gran parte del estrés, me está siendo drenado a través de los dedos. Es una sensación bastante peculiar: comienza con un bienestar general al trabajar los tendones en el teclado QWERTY y trasciende hasta la mente.

Lo de la libreta debería debería retomarlo. Iba a todos sitios con ella y el bolígrafo como buen detective. La gente me habría mirado como bicho raro mientras me sentaba en una banca de Chapultepec, en un café o hasta en el autobús, con el único objetivo de escribir algo lindo. Al menos lindo para mí. A veces hasta adjuntaba algún dibujo extraño para divertirme.

Empecé escribiendo en el bachiller, cuando uno de los profesores me comentó que tenía un don especial para ello. No sé si esté en lo cierto, pero al experimentar descubrí que me encantaba. Y ahora, un tiempo sin hacerlo, me es más evidente.

Uno de mis tantos fallidos ligues me dijo una vez "Siempre hay una razón, una emoción de por medio. Si no, no escribo". Ella escribía y pregunté el porqué lo hacía. Aunque en realidad solo intentaba darme conversación para librarse de mí, esa frase que escribió por la umbría y estéril ventana de chat fue algo que llegó a lo más profundo de mi ser. 

Sin darse cuenta me lo había revelado. Fue una de esas preguntas que nunca te haces, pero aún así buscas la respuesta.

Así que mientras se me permita seguiré escribiendo, por el simple gusto de hacerlo. Por cierto, con lo de las plantas mentí un poco, suelo cuidarlas bien.




jueves, 13 de marzo de 2014

Los Héroes Caminan la Tierra

Hace mucho que no me paso por aquí y escribo. Los estudios son prioridad y debo estar agradecido del hecho de poder hacer lo que estoy haciendo, así que hoy no va de quejarse. De todas formas me apetecía poner en práctica las letras antes que a comiencen a aparecer telarañas virtuales en este blog medio olvidado.

Últimamente me he dedicado a ver películas de superhéroes. Terminé la nueva trilogía de Batman, del director Christopher Nolan y debo decir que me encantó. Creo que nunca había visto el nacimiento de una figura tan simbólica como lo es el hombre murcielago, plasmado con tanta sencillez, pero también con realismo. De verdad me las creí. 

Así que después quedé sediento de heroísmo y proseguí a buscar en mis archivos. Me di cuenta que tenía que comenzar con la definición de la palabra en sí. Héroe.. el que hace actos heróicos, de valentía, famoso por sus hazañas o virtudes. Así lo expresa la RAE.

Pero entonces ¿si no es conocido, si no es famoso por sus actos y hazañas, entonces no puede ser un héroe? Error... primero error de una extensa lista de los mismos. Realmente el héroe no es el conocido, sino el desconocido, el que deja a un lado la ambición de gloria y reconocimiento por cometer el hecho. 

Pero ¿y el "hecho" qué es? la hazaña, el acto de heroísmo. En realidad el hecho no es más que la acción, pero la acción del bien, por lo que descartamos a famosos accionistas, empresarios, políticos, médicos o cualquier persona de cualquier profesión u oficio que, aún ante temeraria hazaña o haberse enfrentado contra todo, haya realizado su odisea para beneficio propio. 

Entonces el héroe sería un individuo motivado por el simple hecho de contribuir al bienestar común. El bienestar de todos y de todo lo existente, consciente de que él no es nada sin su tarea, pues su "yo" carecer de importancia si no es a través de la realización de su misión. 

Estimados lectores (y lectoras... no vaya a ser que me ataquen las feminazis) ya sabemos lo que es el héroe. Es aquel que busca hacer el bien por el simple hecho de que es lo correcto, solo para contribuir a que su prójimo esté bien. ¿No es esto la mayor evidencia de bondad y nobleza que pueda existir?

Pero todavía falta algo... porque se nos suele presentar al héroe con su traje especial, icónico y su arsenal de súper poderes, habilidades sobrehumanas que le automáticamente le hacen estar muy por encima de la media de nosotros, los débiles mortales. Y por supuesto, él los utiliza siempre para ayudar a los demás y no a su beneficio porque es bueno. 

Y yo pienso ¿será realmente todo esto necesario? Después de reflexiónar y de razonarlo, me parece que no. Ellos visten como todos nosotros, caminan como cualquier persona. Ríen, aman, lloran, se deprimen, sangran ¿no es su sencillez, su humanidad lo que hace a los verdaderos héroes estár por encima de los demás? Los súper poderes no son más que una exageración de la realidad. Es la capacidad de sentir, de ser sensible al sufrimiento ajeno el verdadero poder.

Batman es uno de los héroes más humanos. Trastornado por el asesinato de sus padres, se dedicó a preparase para castigar a los culpables de esa clase de crímenes, pero desistió de volverse igual que ellos al concienciarse de que su sentimiento estaba compuesto por venganza y no justicia. Así que ayudó aunque no se lo pidieron. Dio sin recibir igual trato. Incluso al final fue perseguido y acusado, tachado por la sociedad. 

El mismo Bruno Días tendría más problemas llevando a cabo su misión en este mundo en el que vivimos. Con una sociedad que opta por la apología al crimen. La gente que harta expresa su rabia por la creciente inseguridad e injusticia. Los que se quejan del narco, pero son los mismos que compran su producto. 

Así que el héroe es también el más condenado de todos. Porque siempre será el que lleva a cabo sus convicciones ante circunstancias sociales adversas. Eso sería lo que nadie cuenta de los héroes. Son los que más sufren porque no pueden salvar a quienes no quieren ser salvados. 

Los hay menos coloridos que en los cómics y están entre nosotros. Caminan en la vía pública, pasando desapercibidos igual que tu y yo. Quizá la persona que hace cola frente a ti pueda ser uno de ellos.

Algunos llevan un casco de bombero, otros un estetoscopio colgando de su cuello. Hay otros que llevan un tricornio o alguien que no lleva nada. El heroísmo común es la base del bien más sincero y del que menos se habla. Yo quiero ser uno de ellos. Conozco varios y les admiro con todo mi corazón. 


viernes, 24 de enero de 2014

La Gente y sus Rollos

Justo acabo de entrar a la casa y encender el ordenador. Dejé la escalera mojada y un poco del pasillo. Afuera está lloviendo y hace frío que te cagas (¡te cagas!).  Así estuve caminando solitario, por la calle y el agua empapándome la cabeza. Olvidé mi paraguas en algún lugar, no sé dónde.

Como es de noche y mientras iba, me recordó mucho a una escena de la película futurista de Blade Runner. Con la lluvia cayendo, en una parcial oscuridad interrumpida nada más que por el reflejo de los faros en las charcas. Es muy hermosa la imagen, pero carece del olor. Esa canción es verdad, Guadalajara sí huele a pura tierra mojada.

Vine a escribir esto porque los buses dejan de pasar a estas horas y en mi paseo nocturno, camino a casa, fui pensando acerca de la gente. Las personas que me toca ver ahora a todo momento y con quienes me veo obligado a convivir. 

La gente es rara, yo no la entiendo. Yo sé que formo parte de ese término, que también soy persona y demás, pero simplemente no logro comprenderles. Es un sentimiento extraño el no sentir “encajar” en una comunidad o un grupo y no es cuestión de conocidas “dudas existenciales” que todos hemos sufrido durante la pubertad.

Esto es diferente, más extraño aún. Imaginen estar en una fiesta donde todo el mundo está borracho, completamente, a tal grado que ya no controlan su voluntad. Y entonces, de repente te percatas de que tú no lo estás. Tienes conciencia de ello, de tu entorno, tu estado y de que formas parte activa del ambiente, pero no como ellos.

A lo que me refiero es que, no puedo comprender cómo es que la gente se autodestruya. Cómo no van acordes a sus palabras y deterioran su calidad de vida, su existencia, con malas amistades, vicios y actitudes perjudiciales para ellos mismos y el resto de personas que les rodea.

Cómo es que al grito de “vivir la vida” pierdan respeto por la suya misma, el regalo más preciado que se nos pudo haber otorgado y busquen el estancamiento y la desconsideración.
¿De qué sirve ser alguien con excelentes ideas, con buena voluntad y grandes intenciones, si tus acciones difieren de tus pensamientos y toman un rumbo totalmente contrario?

De esos conozco muchos, cruel pero verdad. Se convierten en destructores de sí mismos y su entorno, y terminan como suicidas que no estuvieron conscientes de quienes eran. Yo nunca imaginaba algo como esto, pero ahora me doy cuenta: es verdad, la gente también se suicida sin tener que darse un tiro o colgarse o tirarse del balcón.

De la realidad no se escapa follando, tomando o consumiendo. No se puede. Pasar el tiempo dando largas a responsabilidades no hace que disfrutes más la vida. Te ignoras a ti mismo, y el compromiso que mantienes contigo mismo de hacerte bien ¿Cómo se espera cosechar un buen producto de un campo que no ha sido bien labrado?

Ese es el meollo del asunto. Somos nuestro propio árbol frutal. Algunos árboles dan frutos amargos, desagradables y otros producen frutos dulces y jugosos.



¿Ya sabes qué clase de fruto quieres ofrecer?